Dualidad Creativa
Desde hace años siento una profunda atracción por la cultura oriental. Me inspiran sus pagodas, esas casas con puertas corredizas de madera y papel de arroz, la delicadeza de la ceremonia del té o la pureza de su cerámica. Hay algo en esa sencillez tan limpia y honesta que me parece hermoso.
Lo que más me conmueve es la forma en que enfrentan la muerte. Ese gesto de envolver al difunto en una tela, en una mortaja hecha con respeto y cariño habla de una manera de mirar la vida donde lo sagrado está en lo cotidiano. Esa calma, esa reverencia, es algo que admiro profundamente y que me gustaría transmitir más en lo que hago.
A veces pienso que en mi cerámica no logro reflejar plenamente esa filosofía. La cultura occidental es distinta, más ruidosa, y yo también soy muy sociable, con una tienda, un equipo y obligaciones: me empujan a estar creando todo el tiempo. Sin embargo, en medio de esa vorágine aparecen colecciones más sobrias: piezas negras o azules, opacas, simples, que son mi manera de acercarme a esa estética que tanto me inspira.
Sueño con recorrer sus templos y jardines ordenados, donde la naturaleza se celebra en silencio. Imagino la época de los cerezos en flor, esa explosión de belleza que me llevó a crear la colección blanca inspirada en ellos. También me atraen los kimonos, los rituales y la capacidad de mantener vivas tradiciones que resisten al paso del tiempo. Esa mirada pura está siempre presente en mi trabajo, aunque conviva con otra parte de mí: la que se llena de flores y animales de colores llamativos. Ambas versiones coexisten, y en esa dualidad encuentro mi manera de crear.
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